Pedro solo quería algo de oro (continuación)
- dosveintiochomagaz
- 31 oct 2019
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Huitzil comenzó su mañana escuchando el bello canto del cenzontle. Al levantarse, dejó un rastro de huellas en la tierra de su casa, desde el petate hasta la entrada, en donde se detuvo a respirar.
Le encantaba oler la selva al amanecer, sentir el barro húmedo y la brisa, mientras el calor aumentaba. Al pasear por el pasto, las gotitas de rocío salpicaban sus piernas. Para evitar humedecer su maxtlat, lo levantó y ató bien alrededor de su cintura, para así dejar hecho un taparrabos más corto. Con el cabello largo y suelto, volando por ligeras corrientes de aire; avanzó hasta el río que pasaba cerca de su casa.
El agua, corriendo, tan viva como siempre; helaba su cuerpo. Sintió como su piel se retraía, gracias al líquido del deshielo del Citlaltépetl, Los pezones, los testículos, los nervios de todo el cuerpo, retraídos.
Huitzil es un joven delgado, pero no porque se alimentara mal, sino porque sus abuelos heredaron ese cuerpo a sus padres, y a su vez, ellos le heredaron el físico a él. Un cuerpo delgado, con los músculos marcados en la piel, pegada por completo a causa del frío. Una piel color cobre, lampiña y, ahora limpia, yacía en la orilla del río. Miraba su reflejo: Ojos marrón, cabello negro, labios gruesos. Era bastante apuesto, y jamás entendió porqué se sentía tan atraído a su imagen, a la figura masculina.
Sería un día de descanso. Se ocupaba del maíz por horas, pero por fin pudo relajarse.
Mientras escuchaba el agua correr, su estómago lo interrumpió con un gruñido, pues ya era demasiado tarde y no había podido desayunar.
En casa, lo esperaba el carbón, solo tenía que buscar algo de ocote que dejó dentro de su choza, pero antes de entrar, escuchó un sonido que provenía de ahí. ¿Habrá sido otro tejuino? pero lo que vio no parecía para nada un tejuino. Era un cuerpo blanco, con cabello del color del sol, sintió como un bulto se elevaba sobre su maxtlat, que, al rozar con la tela delgada y blanca, le producía una sensación placentera. ¿Qué pasaba si lo tocaba?
Sin querer, mientras descubría la sensación de sobar su tepolli, resbaló, haciendo crujir la hojarasca. Después, todo pasó tan rápido… Un hombre del color de la nieve, cayó sobre él. Sus ojos, que parecían una imagen del cielo, lo hipnotizaron, sintió mariposas en el estómago.
Los dos comenzaron a sentir calor…
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